Kant en su ética se inclina por evaluar intenciones. Se interesa por juzgar la moralidad del hombre dejando a un lado las consecuencias de sus acciones y profundiza más en la voluntad. Se preocupa más por qué guía la voluntad del hombre, lo que toma cada persona como fin de sus actos. Para él es independiente si en la realidad se logró el fin moral de una persona o algo completamente opuesto.
En
La fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant afirma que “Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo como
buena voluntad”.
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Esta ética reconoce que a veces, aunque nos propongamos hacer una buena acción, el curso de las acciones resulta contraproducente. Al parecer los efectos de una acción, en la mayoría de los casos, están gobernados por el azar, la realidad es contingente.
En esta propuesta ética, el resultado negativo de una acción, no afecta la bondad de la voluntad, es decir, de las intenciones del sujeto. La buena voluntad nos hace seres morales y dignos de ser felices, sin importar las consecuencias de la acción.
La buena voluntad no es buena por lo que efectué o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es buena en sí misma. (…) Aún cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad. (…) La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor.
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La voluntad sólo es buena para Kant si le damos la razón como directora, puesto que según su pensamiento, no se encuentra en el ser humano un mejor instrumento para ese fin. “El destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir una voluntad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino buena en sí misma”.
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La razón puede causar la bondad de la voluntad, siempre y cuando haya elegido una máxima ética adecuada, por ejemplo: ser un buen padre, ser una persona honorable, ser un buen ciudadano, etc. La manera de elegir una máxima ética es lo que llama Kant “imperativo categórico”, principios formulados por la razón, cuyo cumplimento no está sujeto a condición alguna, deben cumplirse independientemente de cualquier situación. Una acción sólo es buena si es guiada por motivaciones propias de respeto a un imperativo categórico. El hombre legisla su propia ética, y al seguir una ley moral impuesta por sí mismo, acepta el margen de libertad que posee para decidir el curso de sus acciones, aún a pesar de las leyes naturales. Sólo basándose en su libertad y asumiéndola, una persona puede ser completamente moral.
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